23 de Septiembre de 2008. Encontrábame yo en la ciudad de Elche visitando a varias personas interesadas en crear una página web para su empresa cuando ya sobre las 18:30 entro en la que sería la última entrevista del día en la Calle Espronceda con calor y gafas de sol puestas.


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Media hora más tarde un trueno rompe la conversación, otros dos se continúan al primero y cuando queremos acordar empezamos a escuchar un estallido de lluvia sin control. Me asomo al exterior y la sorpresa que me llevo es que toda la claridad que había hace media hora se ha muerto en una oscuridad total, en la calle no puedo distinguir nada a más de 40 o 50 metros de distancia y en eso que empieza a caer un granizo tan bestial que hace sonar la alarma del coche que está aparcado enfrente, una bola que cae y rueda junto a mis pies tiene casi el tamaño de una pelota de pinpon, y ahí es cuando me empiezo a asustar... Decido esperar a que pare, pero cuando el granizo da paso al agua, la calle ya es un río. Gracias a la cámara que tiene el móvil de mi hermana pude hacer algunas fotos de este segundo momento en el cual era imposible caminar por ningún sitio sin mojarte hasta el tobillo como mínimo... Pero mientras hacía las fotos el bajo en el que estaba se comienza a inundar también, con lo que ni aún estando bajo techo me salvo del agua. Un hombre mucho más pesado que yo cruza la calle que se ve en las fotos de un lado al otro y tiene que hacer un esfuerzo por no caerse debido a la velocidad y fuerza que lleva el agua.





Una hora y media después los niveles de agua en la calle han bajado hasta el punto que se puede caminar por la acera, pero para atravesar los cruces es obligatorio meter los pies en charcos que tienen decenas de metros de longitud con agua estancada que ha sido imposible drenar por el sistema de alcantarillado. El 90% de los bajos por los que paso están inundados y hay gente con cubos y con escobas tirando el agua fuera, un hombre coge una señora en brazos y la cruza de una acera a otra para que no tenga que meterse en el lago que se ha formado. El ambiente es de catástrofe, la gente de repente se vuelve inusualmente amable, te sonríen por la calle con la complicidad de haber vivido lo mismo y los coches son extremadamente respetuosos con todos los viandantes, a la altura de la estación del tren una cornisa de marmol de un 5º piso se ha desprendido entera en la acera y la zona está acordonada, afortunadamente no ha causado ningún daño personal. Como dos horas después de la tormenta logro establecer comunicación con Emilio, todas las líneas de telefonía móvil estaban colapsadas. Mi balance: un par de calcetines húmedos, dos zapatos pasados por agua y un recuerdo imborrable para el resto de mi vida.